2021, febrero. Todavía en medio de una pandemia en la que había muchas restricciones para viajar. Ya había pasado lo peor, pero todavía estábamos obligados a pagar un buen dinero por hacerse una prueba PCR Covid-19 en un laboratorio, que te expidiera un certificado de resultado negativo, para subirse a un avión. Pero yo me tenía que subir a uno para cruzar el océano y conocer a mi sobrino. Así que no me lo pensé mucho: me compré un vuelo, me hice las pruebas pertinentes y me fui al Nuevo Mundo.
Valió la pena, con todo, pues la experiencia será irrepetible.
Una vez en destino, la sorpresa fue el estado de alarma familiar ante esta situación. Yo, como fiera entre rejas, me sentía encerrada. Me estaba resultando muy difícil mantenerme tantos días en una habitación, en una casa, en un solo espacio. Aun así, aguanté un mes eterno en el que hice de todo para no volverme loca. En los últimos días de esa estancia, en un ejercicio de mantenimiento de la salud mental, realicé una serie de fotografías a la que llamé:
Precaución: alta tensión















