Entre otros tantos nombres, también se les conoce como picaflores.
Cuenta la antigua leyenda maya del Ave Mágica que, cuando crearon la Tierra y todo lo que hay en ella, los Dioses Mayas le dieron una misión a cada animal, cada árbol y cada piedra. Al terminar, se dieron cuenta de que nadie había sido asignado con la tarea de llevar los deseos y pensamientos de un lugar a otro. Necesitaban a una criatura que hiciese el trabajo de mensajero entre los seres humanos y los dioses.
Como el barro y el maíz se habían terminado, no tenían con qué crear a otro animal. Así que tomaron una piedra de jade y tallaron una flecha diminuta, le soplaron cuando estuvo lista y salió volando.
Tenía en su plumaje los colores del arco iris y sus alas eran como las de un insecto. A ese pequeño pájaro lo llamaron ‘x ts’unu’um.
Ligero y frágil, pero veloz y precioso, podía acercarse a las flores más delicadas sin mover ni un solo pétalo. Los hombres quisieron atraparlo para usar su bello plumaje como adorno. Los dioses, ofendidos, amenazaron con castigar a todo aquel que lo intentara.
La leyenda también dice que si te encuentras con un colibrí es porque alguien (del mundo de los vivos o de los muertos) te envía amor y buenos pensamientos y que, si un colibrí vuela sobre tu cabeza, es porque está tomando tu deseo para hacerlo realidad. También es considerado un animal mitológico sanador que ayuda a las personas con necesidad, cambiándoles su suerte.
En mi estancia en Hermosillo pude ver a unos cuantos de ellos y escuchar el curioso sonido de su vuelo. Como un abejorro, cruzaban velocísimos cada mañana, yendo y viniendo, atraídos por las frutas del árbol que había frente a la puerta de mi habitación. Sentada en un banquito, bajo ese árbol, tomaba mi café mientras disfrutaba de su constante presencia.
Momento mágico y sanador, en efecto, ya que estaba pasando por unos tiempos algo complicados a nivel emocional. No soy una persona supersticiosa, pero realmente me sentí muy afortunada con la compañía de estos extraordinarios seres y me aferré a la idea de que mi suerte iba a cambiar.
El objetivo 18-55 VR de mi cámara semiprofesional Nikon D3400 no me permitió fotografiarlos más de cerca, pero tuve la oportunidad de inmortalizarlos así.
Espero que los dioses no lo tomasen como una ofensa.
